Época: Barbarroja
Inicio: Año 1941
Fin: Año 1943

Antecedente:
Objetivos y medios

(C) Andrés Ciudad y María Josefa Iglesias



Comentario

A las cuatro de la madrugada del 21 de junio, los alemanes cruzaron el Niemen. Comenzaba su mayor aventura. Tres Ejércitos invadieron la URSS simultáneamente, uno por el norte (Von Leeb), otro en el centro (Von Bock) y otro hacia el sur (Von Runstedt).
Al norte, el mariscal Von Leeb debía marchar sobre Leningrado mientras las tropas alemanas de Noruega atacaban el Ártico ruso y los aliados finlandeses, Carelia. El Ejército del centro tenía a Moscú por objetivo, a las órdenes de mariscal von Bock; mientras los soldados del sur avanzarían hacia Stalingrado, dirigidos por el mariscal Von Runstedt.

Junto a los alemanes participaron en la campaña tropas rumanas, húngaras, eslovacas, italianas y finlandesas; más tarde se les unieron voluntarios belgas, franceses croatas y españoles.

En dirección Bialystok-Minsk, sobre todo, los alemanes realizaron operaciones destinadas a encerrar al Ejército ruso en grandes bolsas.

La maniobra fue siempre en dos direcciones sensiblemente paralelas, pero muy alejadas, con dos columnas encabezadas por formaciones blindadas. En un momento concreto los blindados rectificaron la dirección para marchar en líneas convergentes. Las tropas rusas de Bialystok quedaron encerradas y cayeron prisioneras.

Después, se repitió la operación al oeste de Minsk y en Przemysl. Los rusos perdieron tropas en cantidades enormes, pero reconstruyeron el frente más al este. Los alemanes repitieron insistentemente su maniobra de cerco en Reval, Narva, al oeste del lago Peipus, y en Smolensko.

Los rusos tenían escasas posibilidades militares, pero la soberbia enemiga fue un aliado inesperado que alentó algunas resistencias. Hitler dio la orden de asesinar a todos los comisarios políticos prisioneros. En consecuencia, y dispuestos a no dejarse coger con vida, los comisarios estimularon la resistencia a ultranza de oficiales y soldados.

Los nacionalistas ucranianos y bálticos acogieron a los alemanes como libertadores del yugo ruso. Pero cuando comprobaron que los nazis les trataban como a una raza inferior, la invasión perdió sus apoyos. En cambio Stalin hizo resucitar todos los viejos mitos patrióticos y nacionalistas, superados por la revolución, para impulsar la resistencia popular.

Rusia puso en marcha la táctica terrible empleada contra Napoleón: tierra calcinada. Nadie debía quedar en las inmensas llanuras para beneficiar al invasor. Las poblaciones, los ganados, los tractores, las fábricas, se replegaron hacia el Este, las granjas ardieron, se hundieron los puentes.

Más allá de los Urales se formaron cien nuevas divisiones rusas. Entretanto, los alemanes avanzaban y sus Panzer III y IV penetraban profundamente en el territorio de la URSS.

Ahora los carros no cruzaban, uno tras otro, pueblos franceses o belgas, pintados y confortables. En Rusia el ruido de los motores rebotaba, sólo de cuando en cuando, contra "isbas" miserables de madera techada con paja. Y casi siempre se perdía en el silencio despoblado.

Los soldados se deprimían en la monotonía de las llanuras y los bosques inmensos. Atacar Rusia era abrazar a un gigante interminable, inasequible como los campesinos míseros que, a veces, miraban pasar a los blindados.

Las maniobras alemanas eran espectaculares y brillantes. Embolsaban a los rusos fácilmente, pero la rendición sólo llegaba después de una resistencia empecinada. Así, el avance se frenó lentamente en un país que era un inacabable espacio vacío, cruzado por pocas carreteras.

Las tropas de Guderian llegaron al río Beresina en sólo nueve días. Pero no se logró una batalla decisiva. Julio fue lluvioso. Entre Minsk y Moscú había una autopista recién construida, la única carretera asfaltada de la zona. Y las lluvias convirtieron el campo en una trampa de fango.

Los camiones no podían moverse, los blindados sólo durante cierto tiempo. Pero los invasores no cedieron en su batalla contra el fango y la resistencia de numerosos destacamentos rusos que, aislados, y a menudo sin órdenes, no estaban dispuestos a rendirse.

Los ríos, crecidos por las lluvias, carecían de pasos. Sólo la autopista tenía puentes para cargas pesadas; las restantes carreteras desembocaban en plataformas de madera que no aguantaban un tanque y, muchas veces, ya habían sido voladas. El Beresina, el histórico río que contuvo la retirada de Napoleón, era una maraña de brazos a través de un pasaje enfangado donde chapoteaban los soldados.

Para la máquina militar alemana nada fue un obstáculo insalvable. Poco a poco, resolvió cada problema, pero en ese poco a poco estaba oculta la tragedia. Las tropas habían partido a la campaña sin equipo de invierno. La invasión de Rusia se consideraba casi como un ejercicio de maniobras.

Los alemanes, que habían atacado en el frente norte, tenían como objetivo la toma de Leningrado y la protección del Ejército del centro. Inicialmente, el avance no tuvo grandes problemas y las unidades motorizadas ganaron terreno, con la intención de ocupar los puentes antes de que fueran volados por los rusos. A menudo, su prisa fue tanta que los prisioneros quedaron sin custodia, después de desarmados, y las vanguardias perdieron, durante días, el contacto con la infantería que las seguía penosamente.

Los intentos rusos de contención fueron infructuosos, su aviación se empeñó duramente, pero los aparatos eran lentos y anticuados y no podían defenderse del fuego antiaéreo y cazas alemanes.

En algún caso (Sebes, Luga) los rusos aprovecharon campos atrincherados para ofrecer mayor resistencia y causar muchas bajas a los atacantes que, sin embargo, acabaron arrollándolos.

Cuando llegaron las lluvias del verano estaba en marcha una maniobra de envolvimiento muy amplia para dominar Leningrado; las condiciones climáticas y la falta de comunicaciones retrasaron el avance alemán, pero el 2 de septiembre, la ciudad estuvo a tiro de la artillería de campaña.

El plan alemán era asaltar Leningrado, con una maniobra que la tomara desde el sur y, en agosto de 1942, el XI Ejército fue trasladado desde el frente de Crimea para unirse a las unidades encargadas del ataque. Este comenzó el 27 de agosto, pero los alemanes no lograron penetrar en la ciudad y la maniobra se convirtió en una batalla en la que el XVIII Ejército alemán resultó arrollado, mientras el XI Ejército contenía y fijaba a los rusos.

Una reacción alemana, desde el sur, embolsó a parte del enemigo y destruyó el II Ejército soviético. Pero Leningrado no cayó. La ciudad se convirtió en un bastión donde cinco millones de personas soportaron el asedio.

Los ataques aéreos, los bombardeos de artillería y las penalidades fueron tremendas; sólo el tifus mataba todos los días 2.000 personas y el hambre era la realidad cotidiana. A pesar de ello, la industria pesada de la ciudad (Altos Hornos Vorochilov, Metalargua 25 de Octubre, fábrica Kirow, entre otras) siguió en funcionamiento.

El invierno de 1941-1942 fue en Rusia el más duro del siglo. En el frente de Leningrado se alcanzaron los 15 grados bajo cero el 12 de noviembre y los 40 bajo cero a principios de diciembre.

La ciudad, completamente cercada, buscó seriamente la supervivencia. La única vía de abastecimiento era el lago Ladoga, completamente helado.

Primeramente se pretendió tender una doble vía férrea sobre el hielo, que fracasó; después colocaron los raíles de tranvía de la ciudad, con igual resultado; al final se construyó una doble pista por la que pudieran circular camiones entre las ventiscas glaciales y las brumas. A esta empresa casi imposible llamó la propaganda el tren del hielo, aunque nunca circuló el ferrocarril.

La resistencia de la ciudad inmovilizó la campaña alemana del norte y entretuvo numerosas tropas. Leningrado era un núcleo básico de comunicaciones, un centro de industria pesada que trabajaba para la guerra y en su base naval estaba concentrada la flota del Báltico, que en invierno quedaba aprisionada por los hielos. Los cañones de los buques colaboraron en el duelo artillero contra los alemanes durante los dos años que duró el asedio.